Ser padre no es solo una cuestión biológica. No basta con engendrar para ser llamado papá. Hay una diferencia profunda —y muchas veces dolorosa— entre traer una vida al mundo y hacerse cargo de esa vida con responsabilidad, amor y compromiso.
En el trabajo clínico, especialmente en espacios terapéuticos donde se aborda la infancia, las heridas de abandono o el proceso de vinculación afectiva, es frecuente escuchar una frase que, aunque sencilla, encierra una gran verdad:
“Padre es el que cría.”
Y criar no se reduce a proveer. Implica estar disponible emocionalmente, formar parte del día a día, contener, sostener, enseñar, acompañar, corregir y celebrar. Es decir, participar activamente en el proceso de crecimiento de un hijo o una hija, no desde la obligación, sino desde la presencia consciente.
El papel fundamental de un padre presente
Un padre presente —sea biológico o no— deja una huella que impacta en la vida emocional del niño. ¿Cómo se manifiesta esa presencia?
- Está en los pequeños gestos: escuchar con atención, respetar los tiempos del otro, mostrar interés genuino por sus emociones.
- Se refleja en la constancia, no en la perfección. Un padre que se equivoca, pero pide perdón, también educa.
- Enseña con el ejemplo lo que significa el amor, el respeto, la empatía y la dignidad.
Un padre presente transmite seguridad, estructura y valor. Su palabra tiene peso porque va acompañada de acción. Y su ausencia también se nota… porque el silencio de un padre duele cuando no hay quien sostenga emocionalmente, cuando no hay quien enseñe desde el vínculo.
El vínculo que se construye, no se hereda
En muchas familias, hay figuras que, sin haber engendrado, han cumplido con amor el rol de padre: abuelos, tíos, padrastros, parejas de la madre, incluso amigos de la familia. Personas que decidieron estar, quedarse y cuidar. Que ofrecieron lo más importante que puede ofrecerse en una relación: presencia y amor incondicional. Y no hay que restarle valor a ese acto.
«Todo niño y niña necesita figuras de apego confiables que les enseñen que el mundo es un lugar seguro. Que les den permiso para sentirse amados, protegidos y valiosos».
Un padre que cría —aunque no sea el biológico— puede sanar muchas de las heridas que deja la ausencia del padre que no estuvo. Porque lo que transforma no es el ADN, es el vínculo afectivo que se construye día a día.
La paternidad como elección cotidiana
Ser padre es una elección que se renueva cada mañana. Es preguntarse constantemente: ¿Cómo puedo estar hoy para mis hijos? ¿Qué necesitan de mí? ¿Cómo puedo ayudarlos a crecer sintiéndose seguros y amados?
No es una tarea fácil. Implica renuncias, incomodidades, frustraciones. Pero también implica la posibilidad de ver a ese ser humano florecer gracias a tu presencia. Eso no tiene precio.
Y cuando un hijo o una hija crece con un padre así —presente, amoroso, comprometido— no lo olvida nunca. Porque en su estructura emocional se graba un mensaje clave: mereces ser amado sin condiciones.
«Ser padre es mucho más que un título: es una función emocional, una responsabilidad afectiva y una elección consciente».
Y en el corazón de cada niño, siempre habrá un espacio reservado para quien supo estar, cuidar y amar.
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