
No puedes evitar que tu hijo sufra… y está bien
mayo 19, 2025
Miedo a la deportación, temor a perderlo todo de nuevo
junio 2, 2025Desde muy temprano en nuestras vidas, la figura materna es colocada en un pedestal. La sociedad idealiza a la madre como ese ser sagrado, comparable con una virgen, pura, entregada, incondicional.
«Se nos enseña que el amor de madre es el más grande, el más noble, el más eterno. Que una madre siempre está. Que siempre ama. Que siempre cuida».
Pero, ¿qué ocurre cuando mamá no está? ¿Qué pasa con quienes no pudieron vivir ese amor idealizado ni ese refugio prometido?
La ausencia de la madre puede tomar muchas formas. A veces es definitiva, como cuando fallece. A veces es física, como en los casos de migración forzada, encarcelamiento o abandono. Y a veces es emocional: madres que están, pero no disponibles, atrapadas en sus propias luchas internas, perdidas en adicciones, depresiones, traumas no resueltos. Madres que no pueden, aunque quieran. Madres que no quieren, aunque puedan.
Y es entonces cuando esa imagen sagrada se rompe. Cuando el niño o la niña comienza a construir un mundo sin esa presencia cálida y segura. Y aparece el vacío.
Un vacío que no es solo una falta de cuidados, sino una grieta profunda en la construcción del yo. Porque mamá, en los primeros años, no es solo alguien que cuida: es el espejo donde el niño se reconoce, es el lugar de pertenencia, la fuente de afecto y contención que moldea la forma en que luego nos vinculamos con el mundo.
Su ausencia no se olvida: se instala en la piel, en la memoria emocional, en el cuerpo.
Muchas personas que han vivido este tipo de ausencia crecen sintiendo que algo en ellas está roto. Se preguntan qué hicieron mal para no haber sido amadas. Sienten culpa, aunque no tengan responsabilidad. Se vuelven hipervigilantes, temerosas del abandono, o por el contrario, se blindan afectivamente para no volver a ser heridas.
«La herida materna puede derivar en trastornos de ansiedad, dificultad para confiar, relaciones inestables, sensación de vacío constante o un sentimiento de carencia que no se llena con nada».
A menudo, aparece una tendencia a buscar desesperadamente fuera lo que no se recibió dentro del hogar: reconocimiento, protección, aprobación.
Y sin embargo, hay algo que debe decirse con fuerza: no todas las madres pueden maternar. Y no porque sean malas personas. A veces, porque nadie las maternó a ellas. Porque también fueron hijas heridas. Porque la vida les fue hostil. Porque la maternidad no las transformó en santas, sino en mujeres con historias reales, límites, carencias y dolores.
Por eso, no se trata de juzgar. Pero tampoco de negar el impacto de esa ausencia.
Sanar esta herida no implica culpar, sino reconocer:
✅ Reconocer que dolió.
✅ Reconocer que se deseó una madre que no fue.
✅ Reconocer que ese vacío existe y que merece cuidado.
El proceso de reparación puede venir de otras figuras: una abuela, una tía, una terapeuta, una pareja amorosa, una comunidad que sostiene. También puede surgir desde dentro, cuando aprendemos a maternar nuestra propia historia, a darnos lo que no se nos dio, a sostenernos con compasión.
No, no siempre mamá está. Y eso deja marcas. Pero con tiempo, trabajo y apoyo, también podemos construir otros vínculos seguros, otras maneras de habitar el mundo.
Porque aunque la herida de la madre ausente duele, no nos condena. Podemos transformarla. Podemos sanar.
Equilibrio Mental Health, equilibrando emociones.
equilibriomentalhealth@gmail.com